En puma 8
Todo sucedió en Puma 8. El la besaba apasionadamente. Perdía noción del tiempo, lugar y de que hacer después.
De golpe (sforzato subito) el pelado que maneja el carrito de vigilancia se acerca hacia ellos y les dice en jerga porteña, con aires de superioridad producto de llevar puesto un uniforme que lo acreditaba a colocarse por encima de ellos: ¿que están haciendo chicos? -¿Ustedes compraron acá?…¿vinieron al cine? Porque no pueden estar acá.. Esto ya cerró. No van a poder salir.
¿El tiempo había transcurrido tan rápido? Nuestros jóvenes protagonistas se sentían abrumados por el absurdo de la situación, por que el vigilante era un pelado, pero no un pelado malo. En verdad era un claro ejemplo del tópico pastoral de la poesía trovadoresca, en donde un vigilante les avisa a los amantes sorprendidos por el alba, que deben marcharse.
Les sonrió, recien al irse, pensando en las pasiones de la adolescencia y juventud, o quien sabe que cosa. Les abrió la reja. Los jóvenes marcharon.